El camino del corazón

La bicicleta permite conectar como ningún otro deporte o actividad puede hacerlo. Cuando se produce un encuentro con otro/a ciclista en el mismo sentido de la marcha, puedes ser simplemente educado y saludar al paso. Puedes moderar la velocidad, conectar durante unos minutos y desconectar fácilmente con un cambio de ritmo si lo necesitas. Y puedes recorrer largas distancias en compañía de completos desconocidos, disfrutando de buena conversación sin esperar nada cambio, tan sólo pasar un rato agradable disfrutando de la bicicleta. No conozco en este momento ninguna otra actividad o deporte que permita hacer esto con tanta sencillez, libertad y sin que ninguna de la partes se sienta violentada. Supongo que los que tienen una mascota o pasean con un carricoche con su bebé por el parque saben de lo que estoy hablando. En este último caso, yo mismo he comprobado que el carricoche es casi como una especie de sello de calidad personal que permite a hombres y mujeres mantener una conversación de forma natural, pero impensable de otro modo por la inmadurez de esta sociedad enferma e hipócrita.

Con Julián

Aún así, nada comparado con la espontaneidad y la libertad que te otorga la bicicleta; en pocos segundos puedes advertir un cambio de ritmo o una conducta que te permite saber si eres aceptado como compañero circunstancial o es mejor que continúes por tu camino. Y esto es exactamente lo que me sucedió ayer y por lo que vale la pena escribir sobre el particular, increíble, inesperado y divertido día que espero recordar siempre, aunque ya advertí a sus protagonistas, que me faltaría literatura y memoria para relatarlo con el detalle que se merece.

El motivo

Por circunstancias personales, me estoy viendo en la necesidad de usar la bicicleta (de carretera) para trayectos en los que me es mucho cómodo usar el coche, por ejemplo, para pasar un día a la playa. Parece la jornada perfecta para ir en bicicleta pero tiene ciertos inconvenientes para mi como ¿dónde dejar la bicicleta? ¿qué candado me llevo? ¿me robarán las ruedas? estoy sólo… ¿cómo vigilo mis pertenencias cuando esté en el agua? Porque yo soy de los que van con móvil a la playa, por mi trabajo y por afición a la fotografía. Y porque hay cosas que te suceden en la vida que son tan increíbles que necesitas una fotografía para demostrarlas.

Hacia San Javier

Finalmente y con algo de retraso salí de Murcia en dirección a San Javier sin más expectativas que las de llegar a la playa, estudiar una zona donde poder dejar la bicicleta y regresar, pero fue mucho más que eso. Aunque había planificado la ruta, me encontré con el carril interurbano que va desde los Ramos hasta San Javier. Había visto otras veces algunos tramos de esa vía, pero desconocía por completo hasta donde llegaba, y ayer era día de aventurarse por él. A los pocos kilómetros una familia que paseaba por él carril me daba la primera gran noticia del día. Este carril llega hasta San Javier –me dijo el que parecía ser el líder de la manada. ¿En serio? –respondí sorprendido. Genial… pan comido!

A los pocos kilómetros diviso a un ciclista, lleva ritmo tranquilo y va con bicicleta de montaña. No hace falta que diga que, sea cual sea el ritmo del ciclista que va delante, hay que darle caza. A los pocos segundos ya estábamos en paralelo. Por mi carácter extrovertido lo pongo al día de mis circunstancias personales y de mis planes para ese día en una o dos frases. Ese soy yo, es mi carta de presentación y ahora tu, extraño viajero, tendrás que decidir si seré buena compañía o si prefieres disfrutar de la brisa del viento en solitario. Julián, pues así se llama esta bellísima persona, amante de la bicicleta de montaña y de gran corazón, demostró sin cambios de ritmo y con buena conversación que estaba dispuesto a dejar que le acompañara hasta San Javier.

Hasta aquí una historia corriente

Hasta aquí no es una historia muy diferente de la que suele vivirse en el día a día sobre una bicicleta. Lo extraordinario fue que Julián demostró tener una calidad humana como pocas personas he conocido. Comenzó ofreciéndome dejar la bicicleta en la casa de la playa a la que él iba (nadie mejor que un ciclista para entender esta situación), y una vez allí me presentó a su familia, buenas, vengo con un compañero –dijo al entrar. Lo siento amigos corredores, poseedores de mascotas y felices padres que pasean carritos con bebés por el parque… sin acritud… tienes que subirte a una bicicleta, salir ahí fuera y vivir nuevas experiencias para entender porque somos una tribu.

Una familia como pocas

No quiero entrar en demasiados detalles por respeto a la privacidad de esta familia. Pero si puedo decir orgulloso y emotivo que me demostraron que queda gente buena por el mundo, gente dispuesta a ofrecerte su casa, su comida y su tiempo a cambio de nada. Tras las presentaciones vino la cerveza, buena conversación y un baño en la playa antes de comer. Después me dejaron una camiseta y me invitaron a comer en el restaurante Sidrería Asturiana de Santiago de la Ribera. Si tienes la oportunidad de ir, te recomiendo probar los escalopines al cabrales y que intentes sonsacar a la cocinera el secreto de su salsa (sigue intentándolo Antonio).

En la sidrería

Ahora mismo me pregunto cómo tuve la cara dura de meterme de esa manera en sus vidas, pero confieso que me sentí arrastrado. Me ayudaron, me adoptaron, me ofrecieron su casa y un lugar en su mesa en la que disfrutamos de buena conversación y risa distendida ¿qué puedo decir? me dejé querer y me siento muy afortunado por haber sido vuestro invitado, gracias ¿estaré a vuestra altura cuando se me presente una oportunidad igual? Creo que no, por eso quizás me siento culpable, pero lo intentaré.

El regreso

Finalmente regresamos a Murcia, por el mismo camino de llegada, pero no como desconocidos, si no con una historia en común. Se nos hizo tarde, la caída del sol dio paso a la oscuridad y llegamos a Murcia gracias a la luz delantera de Julián. Cenamos un bocata en el café bar Cetina y dimos por terminada una increíble e inesperada jornada con un saldo muy positivo.

La fábula

De esta aventura me quedo con la amistad de Julián, la filosofía, clarividencia y originales camisetas de Antonio, la paciencia y amabilidad de Juani, y la simpatía de Laura. También con todo lo conversado, que fue muy enriquecedor. Flotan en mi cabeza conceptos, consejos, libros por leer, la historia de la vida que sólo se aprende al vivirla, y todo gracias a una bicicleta.

El camino del corazón es el camino del coraje. Es vivir en la inseguridad, es vivir con amor, con confianza; es adentrarse en lo desconocido. Es renunciar al pasado y permitir el futuro. Coraje es adentrarse por caminos peligrosos. La vida es peligrosa, y sólo los cobardes pueden evitar el peligro, pero entonces, ya estarán muertos. La persona que está viva, realmente viva, vital, siempre se aventurará a lo desconocido. Allí encontrará peligros, pero se arriesgará. El corazón siempre está dispuesto a arriesgarse, al corazón le gusta apostar. La cabeza es un hombre de negocios. La cabeza siempre hace cálculos, es astuta. El corazón no es calculador.

La alegría de vivir peligrosamente, Osho.

El equipaje

Por si alguien se encuentra en mi misma situación, esto es lo que metí en mi mochila que terminó pesando 4kg, más el peso de los dos bidones de agua. Seguro que es un planteamiento equivocado para muchos, pero para mi el peso extra es sólo una forma de hacer más completo mi ejercicio (y si no lo entiendes pide que te cuenten el chiste de aquel que andaba con un yunque por la selva ;-)):

  1. Candado de horquilla Abus Granit X-Plus 54.
  2. Protector solar.
  3. Toalla.
  4. Chanclas.
  5. Funda acuática Coolock para efectivo, documentación y móvil.
  6. Válvula y dos cámaras.

Y esto es lo que me faltó:

  1. Camiseta y pantalón cortos para no ser objeto de miradas al entrar en un bar, a no ser que sea lo que vayas buscando…
  2. Dos cierres para ruedas Allen para dificultar (que no impedir) la extracción de las ruedas (ya en mi poder).
  3. Una cable disuasorio para enlazar ruedas y sillín con el Abus Granit para dificultar (que no impedir) la extracción de las ruedas (también ha llegado hoy).
  4. Una luz delantera.

Aprendiendo de los errores

Siéntete orgulloso de lo que haces, incluso de tus errores. Tener errores significa que lo estás intentando.

“Siéntete orgulloso de lo que haces, incluso de tus errores. Tener errores significa que lo estás intentando”

El mes de mayo ha sido intenso y es un buen momento para hacer balance. Han sido cuatro marchas cicloturistas: Ruta de los castillos, memorial Mariano Rojas, Sierras de Moratalla y Tour del Juguete. Partiendo de la premisa de que el objetivo principal era disfrutar del cicloturismo, la experiencia ha sido increíble y me siento satisfecho. Además, participar en marchas cicloturistas aporta una experiencia que no puede obtenerse de otro modo, sin duda la mejor escuela y donde realmente aprendes de tus propios errores.

¿He mejorado con respecto al año pasado?

Tomando como referencia la única marcha que hice el año pasado y que he repetido este (la Ruta de los Castillos), el año pasado completé unos 150 Km y un ascenso acumulado de 2400 metros en 6:37 horas, y este año, 160 km y un ascenso de 2660 metros en 5:49 horas; más distancia y más dureza en casi una hora menos. Puedo afirmar que he mejorado, pero también he sufrido mucho, porque el ritmo ha sido siempre superior al que debería haber llevado en casi todas ellas.

Detectando problemas y posibles soluciones

Al margen de la mejora personal que pueda haber experimentado, he sufrido calambres y en ocasiones, me he sentido completamente falto de energía, sin llegar a sentir el temido mazazo, ni la pájara. Los calambres suelen hacer aparición por diversos motivos, entre ellos, por pérdida de sales por deshidratación, y por la acumulación de ácido láctico (hay opiniones contrarias a esta teoría) que se produce al mantener una intensidad superior a la realmente se puede mantener. Solución: en la última marcha, puse especial atención a la reposición de sales y aunque sentí sensaciones previas a la aparición de los calambres, no los sufrí.

En las dos ocasiones en las que me he sentido sin energía para continuar, he descuidado la alimentación. Casi siempre se produce el mismo patrón: te sientes bien y el entusiasmo por mantener el ritmo del pelotón hace que descuides la alimentación hasta que es demasiado tarde. Solución: en la última marcha puse más atención en la ingesta de hidratos de carbono, entre 60 y 80 gramos por hora.

Pero si he aprendido algo realmente importante a lo largo de estos casi 600 kilómetros, es que la alimentación y la hidratación no van a cubrir mis necesidades energéticas ni fisiológicas, si me exijo unos niveles de intensidad que mi cuerpo no puede mantener. Es así de simple y sencillo, aunque el entusiasmo nos nuble la vista. Muchos de los ciclistas que terminan en las primeras posiciones de estas marchas, adolecerían de este tipo de problemas (calambres y pájaras), si mantuvieran un nivel de exigencia similar respecto a su preparación (por ejemplo, intentado llevar el ritmo de ciclistas profesionales).

Planificando el futuro

No quiero parecer dramático, si no realista al afirmar que en lo que respecta a este año, el ritmo alcanzado en el Tour del Juguete es lo máximo a lo que puedo aspirar en este tipo de marchas: una media de 2,7 vatios por kilogramo (posición 231 de 700, 27,38 de velocidad media, 5:01 horas para 136km y un ascenso de 2719 km). Y ahora, a planificar y a trabajar para el año 2014 mientras me divierto lo que queda de este.

Lectura recomendada

Los Calambres: Conoce sus causas para evitarlos
Controlar el ácido láctico

XVII Prueba Cicloturista Internacional Sierras de Moratalla

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El día empezó con muy buenas sensaciones, demasiado buenas, me sentía realmente bien de energía, pero no se me da bien eso de administrarla. Lo siguiente va a sonar a escusa, pero una cosa detrás de otra, han ido haciendo mella en mi estado de forma.

Llegamos temprano a la zona de salida, primeras posiciones, y a pocos minutos de la salida… ganas de mear –Vaya! precisamente ahora. Empieza la marcha y mi mayor duda es ¿cuando parar? En los primeros kilómetros veo a un ciclista de Jorge Preparador evacuando sin bajar de la bici; yo he llegado a intentarlo dos veces pero sin éxito. La salida es en descenso, si paro con ese ritmo voy ha quedarme completamente descolgado… Al final consulto a mi compañero Juan Pedro –Mea al terminar el puerto y después te dejas caer para recuperar un poco. Sigo su consejo y paro a mear después del puerto de Moratalla. Estupendo, un minuto que me han parecido 5, me ha pasado hasta el apuntador. Y aquí mi segundo error (el primero fue subir el puerto como un poseso para minimizar daños), saltar de rueda en rueda y de grupo en grupo en busca de mis compañeros del Alcayna Altorreal; al final conseguí rodar de nuevo con ellos.

Lo siguiente ha sido un infortunio, pinchazo en la rueda trasera por un socavón que tenía mi nombre. En este punto lo de siempre, sangre fría, no obsesionarse con el paso de ciclistas, reparar y continuar. Al reanudar, prosigo con Vicente, del Club Ciclista Moto 5 con el que ya coincidí en la XII Marcha Cicloturista Internacional memorial Mariano Rojas, un gran tipo.

De ahí en adelante, sufrir, sufrir y sufrir, hasta llegar al Alto de Benizar. Me dolía la zona lumbar, la zona del riñón izquierdo, las cervicales, la fascitis plantar del pie izquierdo, y los cuádriceps se agarrotaban cada vez que balanceaba para escalar, no exagero, ha sido agónico. Afortunadamente el cuerpo aún se recupera bien y he podido acabar de una pieza.

A la marcha le doy un 10, bien organizada, bien señalizada y segura, para mi (no tengo mucha experiencia en marchas más allá de la zona de levante) es muy similar a la Ruta de los Castillos, y transcurre por parajes que nada tienen que envidiar a zonas más al norte. En un momento de la marcha camino de Letur, se avistaba un valle que me recordaba mucho a Ayora. Felicidades a la organización, se merecen más participación.

En lo referente a mi, pues nada, mucho por mejorar, motivación no me falta, y mucho por aprender.

Crónica de la V Marcha Cicloturista Ruta de los Castillos

Y llegó el gran día! Llegó la fiesta de la bicicleta a la comarca del Valle de Ayora Cofrentes con la celebración de la V Marcha Cicloturista Ruta de los Castillos. Todos los nervios que parecían aflorar días atrás, se convertían en mariposas en el estómago la tarde anterior. Sentía que las piernas me pedían pedalear y una felicidad creciente, que vio su punto más álgido durante el transcurso de los primeros kilómetros de la marcha.

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El ritmo del pelotón de cabeza compuesto por unos 300 ciclistas era bastante moderado e incluso retenido en algunos estrechamientos como en el puente de la Vega de Ayora (la imagen del paso de la marcha en ese punto era espectacular). Durante esa primera etapa, tuve sensaciones muy bonitas, por primera vez me sentía parte de un pelotón ciclista y la cabeza era visible a unos 100 metros delante de mi en todas las curvas y cambios de rasante; podríamos decir que no iba sentado en mi bicicleta, iba en una nube…

A partir de Jarafuel comenzaron las hostilidades, los primeros arreones, y en unos minutos estábamos cruzando Jalance camino del primer puerto o encerrona, como cariñosamente lo calificó mi compañero Juan Pedro del Alcayna Altorreal mientras coronábamos el primer tercio del Campichuelillo. Y una vez completado, de nuevo descenso vertiginoso hacia el Balneario de Cofrentes donde hice mi primera parada en el avituallamiento. Cualquiera que haya hecho la marcha coincidirá conmigo en que la variedad de alimentos y su presentación era excelente; todo entraba por los ojos, pero había que elegir con cuidado.

De nuevo en marcha hacia Casas del Río a por el segundo puerto, que por sus características (y las mías) es uno de mis favoritos. Es largo, tendido y permite mantener un buen ritmo de subida, pero la idea de que es más asequible puede vaciarte con su distancia si no te administras. Y una vez coronado, descenso por la conocida chirrichana hacia Cofrentes y Jalance para afrontar el tercer puerto.

Cuando acabas el ascenso al Moragete ya sabes perfectamente si te has administrado bien o si vas a tener problemas para llegar. En mi caso me sentía bien de fuerzas pero por primera vez desde que soy aficionado empezaba a sentir calambres encima de la bicicleta. Así que aproveche la parada en el segundo avituallamiento para beber algo de isotónica y darle un pequeño descanso a las piernas.

El siguiente tramo hasta Jarafuel puede ser una auténtica travesía por el desierto si no tienes la suerte de formar parte de algún pequeño pelotón. Es una zona con muchos repechos y en algunos tramos el viento era frontal. De pronto me encontré casi como el año pasado, pero ofrecí alternar rueda con un compañero de marcha y juntos solventamos una situación que podría habernos hecho mucho más daño. Intentamos recoger a algún que otro desperdigado y llegamos a ser tres compañeros con los relevos.

El paso por Jarafuel hacia el último puerto ha cambiado y tengo que reconocer que fue una agradable sorpresa, porque transcurre por un camino que se va estrechando y termina en un repecho curvado con un ribazo a la izquierda (muro de piedra para los de fuera) sobre el que se sitúa la gente animando. Me recordó mucho a un tramo del Tour de Flandes, fue breve pero emocionante “acelera que te quedas” –gritaba uno de los asistentes, y menos mal que avisó. Ya sólo quedaba la parte final, las Cuestas de Bayart (I love Bayart).

El último puerto fue toda una prueba de fortaleza física y mental (para mi y para todos). No me encontraba agotado, pero jamás había sentido tanto dolor en las piernas, y era difícil que ese dolor no hiciera mella en el ánimo. Pero la organización nos tenía reservada una sorpresa en el último puerto, desde lo alto de Bayart resonaban los tambores de los Sayones de Ayora. El sonido llegaba tan claro a la base del puerto, que hacía sentir que la cumbre no estaba tan lejos. Recuerdo incluso haber jugado con la cadencia de la bicicleta y el ritmo de sus tambores (invitaba a ello). El no va más fue cuando llegué su altura, no recuerdo haber pedaleado desde el vértice geodésico en el que se encontraban hasta la cima, solo recuerdo que ya no me dolía nada, el paso por meta era ya una realidad al alcance de la mano.

© Ramón el de Ayora

© Ramón el de Ayora

En el tercer avituallamiento ya me permití el lujo de comerme un pastel de chocolate y beber algo de cola. Sólo quedaba dejarse caer hasta Teresa, coger una buena rueda y culminar. En las últimas curvas llegamos a formar un pelotón importante de unos 30 compañeros. El ambiente era totalmente festivo, se sucedían las bromas y las palabras de ánimo al tiempo que se producía un último sprint producto de la emoción y el deseo de terminar. Una parte de mi quería mantenerse en aquel grupo y rascar algunos puestos, pero mi intención era otra. Al igual que el año pasado, esperaba ver a mis hijos a la entrada del pueblo para verme pasar, y me coloqué al final del pelotón para apartarme hacia la izquierda y darles un beso sin provocar ningún incidente. Finalmente los encontré muy cerca del arco de meta, levanté los brazos, les lancé un beso, sonreí y disfrute cada segundo posterior.

En este momento flotan sobre mi cabeza innumerables recuerdos y sensaciones, pero sobre todo la satisfacción de haberme mantenido fiel a mi planteamiento: parar en cada avituallamiento, confraternizar con cualquier compañero que tuviera a mi lado, dar ánimos a cualquiera que lo necesitara (incluso a algunos voluntarios), informar de la dureza de los siguientes kilómetros, levantar la cabeza y disfrutar del paisaje (tremenda la imagen de la cañada de Jarafuel que en esta época está en todo es esplendor, es una imagen que alimenta).

En lo físico estoy más que satisfecho, pues he conseguido el objetivo principal de completar la marcha y lo que es mejor, siento que hay margen de mejora, pero llegará con el paso del tiempo. En la imagen de la llegada se puede comprobar que sigo bastante fondón, lo que significa que una vez eliminado el lastre, el ritmo de subida en puertos será mucho más alegre.

No me olvido de los compañeros que se iban quedando en la cuneta, pinchazos, reventones, cadenas rotas… todos sabemos lo que significa padecer este tipo de incidencias, os deseo que el recuerdo amargo de un abandono, se convierta en deseos de volver y completarla en años posteriores.

Mención a parte se merecen (y que me perdonen si molesto al citarlos) Francisco Llopis, Vicente Martínez, Manuel Enrique Galiana y muchos otros que completaron el recorrido en torno a las 8 horas, demostrando que son auténticos cicloturistas. Tienen mi más sincera y profunda admiración, y creo que la organización debería reconocer su esfuerzo y tenacidad, porque son parte del pelotón y perseveraron donde otros abandonaron.

Y si hay que resaltar un aspecto negativo de la marcha, es el lamentable estado en el que han quedado las carreteras, plagadas de geles y envoltorios lanzados a la naturaleza por pseudociclistas que no se merecen haber participado. En el momento en el que estaba escribiendo este artículo (13:49 del día después), todavía había voluntarios recogiendo basura. La buena gente de esta comarca les ofreció su hospitalidad y ellos se lo agradecieron ensuciando sus montes… mucho que aprender…

Mi más profundo agradecimiento a todos los voluntarios que hacen posible esta marcha, en especial a los compañeros del Club Ciclista Castillo de Ayora, y a los cientos de personas que han colaborado aportando su tiempo e incluso medios personales, para que los amantes del ciclismo de carretera podamos disfrutar de un día inolvidable.

Felicidades también a la organización que ha afrontado con éxito el reto de organizar esta V edición para la friolera cifra de 1200 participantes. No se qué será más difícil, si haber llegado donde ha llegado, o mantener la calidad de la marcha en años venideros, mucho ánimo. Nos lo habéis hecho pasar tan bien, que no queda más remedio que repetir el año que viene 😉

Incursión en el ciclismo de ultrafondo

El pasado martes 2 abril hice mi primera (y seguramente última) incursión en el ciclismo de larga distancia al recorrer 280 kilómetros en 10:43 horas, a una velocidad media de 26 km/h y con un ascenso acumulado de 2.323 metros. Tenía previsto completar el trayecto de Murcia a Ayora (mi pueblo natal) en una mañana, y el regreso a Murcia al día siguiente, pero por circunstancias personales me vi en la necesidad de regresar el mismo día y pensé que era una buena oportunidad para ponerme a prueba.

Aunque tengo que reconocer que son demasiados kilómetros para un aficionado, la verdadera dureza estuvo determinada por las fuertes rachas de viento que tuve que soportar en solitario. Este año el viento está siendo un verdadero calvario para los amantes del ciclismo de carretera. Aunque lo tuve a favor en algún ascenso a la ida (dirección sureste), llegar a Yecla y Almansa fue tortuoso, dos rectas interminables, con viento frontal y lateral que no parecían tener fin. El viento tampoco permitió disfrutar de los descensos al regresar, muy peligrosos con rachas de viento que obligaban a mantener una tensión continua y no me permitieron aumentar la velocidad por riesgo de caída.

Afortunadamente no tuve que lamentar incidentes, pinchazos, ni caídas. Al regresar a casa estaba exhausto y algo preocupado por agotamiento y por las consecuencias que un esfuerzo así podría tener sobre el organismo, pero feliz y orgulloso de haberlo conseguido.